martes, 1 de enero de 2013

Teoría del movimiento


En navidades, mi familia vuelve a la casa en la que se crío mi madre. Pasamos las fiestas paseando por el campo, viendo películas y charlando con los vecinos que aún quedan en el pueblo. 
Cuando estamos de vacaciones en esta casa, a toda la familia le da por ponerse tradicional. El desayuno, por ejemplo, consiste en pan casero echo por mi abuela en el horno de leña cada mañana y café, de olla, cocido a fuego lento y colado en tela para que se mantenga bien el sabor. Y como todas las mañanas, mi abuela recuerda, cuando había necesidad, como había que reaprovechar los posos y los cocían una y otra vez hasta que aquello sólo era agua manchada.

Me resulta curioso ver como todos mantenemos, a lo largo del tiempo, el sitio de cada uno en la mesa, la taza preferida, la silla que te gusta... En mi familia, además, las mujeres tienen algo en común: como revolver el azúcar en una taza de café. 

Hay dos maneras.

La "normal" es agarrar la taza del asa con una mano (a elegir según diestro o zurdo), tomar la cucharilla con el dedo índice y hacerla girar en la tacita como si fuera la manilla de un reloj. (Y según tu nivel de mala educación chocarla contra el cristal o porcelana lo más fuerte posible... como hace mi compañera de trabajo a las 8 de la mañana...) 

Y luego está el método de las mujeres de mi familia. Parece que se remonta a mi bisabuela, la cual, lo usaba para demostrar su disgusto cuando su marido le mandaba callar y obedecer. Lo continuó mi abuela, que aunque su marido era más fácil de trato, había que seguir callando. Con la llegada de mi hermana y, más tarde, con mi estilo de vida, mi madre lo transformó en su particular "lo que hay que ver". Y mi hermana, dos años mayor que yo, lo adoptó también para no pegarle dos gritos a su jefa cuando le da por hacer las reuniones a diez minutos de la hora de salida.

Luego estoy yo... la última de la saga...  que me niego a tener un código secreto, de mantener una tradición basada en callar y callar lo que molesta. 

-Hija, hace mucho que no traes ninguna ilustración. ¿estás trabajando en alguna? 

El azúcar de mi taza de café cae en el fondo justo cuando mi madre termina la pregunta. Me esfuerzo en recordar cuando fue la última vez que pinté o  dibujé o por lo menos lo intenté. Cojo la cucharilla y la miro pensando que quizás surja de ella  la inspiración que tanto espero para poder pintar o por lo menos contestar a  mi madre...

-Estoy terminado una. Ya la verás. Seguro que te gusta.

No me contesta y sonríe con tristeza... Eso me resulta extraño... hasta que me doy cuenta. 

Mi mano está girando la cuchara entre los dedos sin moverla del centro de la taza.  

- Cuando eras jovencita te pasabas el día con los pinceles en la mano...¿es que ya no te gusta pintar?

 <<Y creo que seguiré girándola hasta que cambiemos de tema.>>

Ojos tristes